Cuando yo era un crío en mi pueblo había tres cines. El Arosa, el Fantasio y el Cervantes. El Cervantes se quemó un domingo poco antes de empezar la primera sesión de la tarde, hacia allí íbamos mi hermano y yo cuando vimos la humareda, y ya llegando, el despliegue de bomberos y mangueras. Era el cine de "calité", allí iban los estrenos grandes cuando llegaban al pueblo, en aquella época varios meses después de su estreno en Madrid.
El fantasio era, en un principio, el cine "guarro", allí se estrenaban todas las películas del destape, sobre todo las de Esteso y Pajares. Películas que nos estaban vedadas por nuestra edad.
En el Arosa los domingos antes de la primera sesión había una sesión infantil. Y allí nos juntábamos entre las tres y media y las cuatro de la tarde toda la chiquillería del pueblo.
No recuerdo cuanto costaba la entrada, creo que unas 25 pesetas en principio. Lo que si sé es que una parte de lo que soy hoy en día proviene de todas aquellas películas vistas entre silbidos, gritos y guerras de palomitas, (hasta que aparecía el acomodador y ponía en la calle a un fila entera de butacas).
Allí ví todas las películas (y quiero decir TODAS) de Bud Spencer y Terence Hill, aquellas pelis de piratas (la hija del corsario negro, el regreso del corsario negro, el primo del corsario negro, y mil y un títulos similares), pelis de "romanos", de forzudos (Maciste, Usus, Hércules), westerns de Almería, películas de chinos, las pelis del Zorro, de El Santo, el Enmascarado de Plata ...
Luego crecimos y la sesión infantil, curiosamente, desapareció con nuestra infancia. El Arosa pasó a sustituir al Cervantes como cine "grande" y los chiquillos, convertidos ya en adolescentes nos pasamos a las sesiones "adultas", y a ver las películas de estreno. Y me dirán ustedes que ganamos con el cambio, que más del noventa por ciento de las películas de aquella sesión infantil eran pura basura, y yo les diré que si pudiera retroceder a un momento de mi infancia probablemente sería una de aquellas pelís de forzudos (las que más me gustaban) sentado en primera fila del gallinero viendo las aventuras de aquel Maciste y regando con palomitas a los que aún no se sabían el cuento y se sentaban abajo, en la platea, en las dos o tres filas que coincidían bajo la barandilla del gallinero.
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